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Haitianos amputados por sismo de 2010 siguen recibiendo ayuda gracias a un pequeño grupo de trabajadores discapacitados

PUERTO PRÍNCIPE. – Wilfrid Macena
se ganaba la vida como soldador construyendo tanques para gasolineras
cuando el devastador terremoto de 2010 tiró una pared del garaje donde
trabajaba y aplastó su pierna derecha.
No pudo ir al hospital hasta siete días después y su rodilla se
infectó, obligando a los médicos a amputarle la mayor parte de la
pierna. Varias semanas más tarde, llegó a una institución gestionada por
la iglesia episcopal de Haití en el centro de Puerto Príncipe, donde un
pequeño grupo de trabajadores con discapacidad entregaban prótesis a
las víctimas y recibió su primera pierna artificial.
“Es como si tuviese una nueva vida”, recordó Macena, añadiendo que uno de los trabajadores del Centro St. Vincent lo convenció para unirse a su equipo asegurándole que era un trabajo parecido a soldar.
En julio de 2010, seis meses después del sismo, construyó su primera prótesis. Tardó tres días.
Ahora, nueve años y más de 3.000 prótesis después, sigue haciéndolo
pero se demora apenas cuatro horas. La mayoría de sus trabajos han ido a
parar a gente que como él perdió una extremidad en el temblor de
magnitud 7 que se estima mató a al menos 300.000 personas.
“Seguimos viendo nuevos pacientes”, dijo apuntando que una mujer
mayor que perdió ambas piernas entonces llegó recientemente al centro
porque “quería moverse, ir a la iglesia”.
El personal del Centro St. Vincent aprendió de Emmanuel Celicourt,
que tiene 60 años, no puede hablar y lleva décadas trabajando en la
institución. En total, han hecho más de 8.000 prótesis desde el sismo,
aunque ahora apenas el 15% de la gente a la que ayudan son víctimas de
esa tragedia.
Según Macena, ser un amputado le ayuda a identificarse con los pacientes y les inspira confianza.
“La gente me entiende mejor que a alguien que tiene dos piernas”,
explicó Macena, que también es el capitán de un equipo de fútbol y
enseña a los deportistas a jugar con muletas.
Recientemente atendió a Natasha Guillaume, una niña de 9 años que
necesitaba un aparato ortopédico luego de caerse en la escuela y hacerse
daño en la pierna.
“Lloré toda la noche por el dolor”, dijo añadiendo que quería poder volver a correr con sus amigos.
El centro comenzó a proporcionar prótesis en la década de 1950, a
veces de forma gratuita dependiendo de las necesidades de los pacientes,
explicó el sacerdote Frantz Cole, director espiritual del centro, que
opera también una escuela para niños con discapacidad, una clínica y un
taller donde se fabrican las piezas.
“Intentamos ofrecer el servicio principalmente a los que no tienen
nada”, agregó. “Cuando alguien es amputado, cree que es el final de su
vida (…) pero (una prótesis) es como un nuevo comienzo para un
paciente”.

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