La mejor madre del mundo

Por Josefina Fernández
Este Día de las Madres no será como los otros. No porque el calendario haya decidido sorprendernos con una fecha nueva, sino porque tú ya no estarás, mami. Este año, la mesa tendrá un hueco invisible pero pesado, como si el aire mismo supiera que falta algo sagrado. Será la primera vez que el silencio hable más que las palabras, ese silencio denso y vivo que solo deja la ausencia de una madre.
Todavía me parece un delirio que hace apenas pocas semanas podía tocarte, oler el perfume tenue de tu cuello, apoyarme en tu regazo como lo hacía de niña cuando el mundo me quedaba grande. Aún siento el calor de tu mano entre las mías, y sin embargo, el cuerpo entero se me hiela al aceptar que ya no estás.
Hay un recuerdo que me persigue desde entonces, como una mariposa que no quiere abandonar el jardín. Fue el día en que salió el video de la canción “La mejor madre del mundo”, esa que canta Jandy Ventura. En él, me eligieron para representar a su madre cuando él era niño. Me dijeron que me parecía a ella. Pero mientras grabábamos, mientras me envolvía en la ternura que requiere encarnar a una madre de verdad, solo pensaba en ti. En tu rostro sereno, en tu forma de cuidar sin alardes, en la nobleza callada de tu amor.
El domingo pasado cuando finalmente en la soledad de mi habitación volví el video por primera vez luego de tu partida, algo se me estremeció por dentro. Deseé con toda mi alma estar cerca de ti, tener tu rostro entre mis manos, abrazarte tan fuerte como si pudiera detener el tiempo. Cada imagen mía en la pantalla era tu reflejo. Cada palabra que él cantaba Jandy, cada gesto de cariño, sentía que era para ti, aunque no lo dijera en voz alta. En ese instante supe y sentí con certeza sagrada que tú fuiste siempre, la mejor madre del mundo.
Recuerdo aquel último domingo contigo, Ese último domingo en mi casa te lo dije sin palabras; te lo hice saber con un abrazo profundo. Sin saber que sería uno de los últimos que la vida me permitiría darte.
Mi madre Felicia, mujer simpática y de una sabiduría que se sembraba en los huesos. Me enseñaste lo esencial sin levantar la voz. A ser fuerte, pero sin perder la ternura. A caminar con humildad, sin agachar la cabeza. A entender que el amor verdadero no necesita espectáculo: basta con estar. Y tú siempre estuviste. Con tus silencios cargados de consuelo, con tu mirada que sabía leer mis tormentas sin necesidad de preguntas.
Hace apenas varias semanas te tenía conmigo. Y todavía no me acostumbro a tu ausencia. Me despierto de madrugada, pero no a comer, como solía hacerlo. Por un segundo, pienso que estás en tu casa. Por momentos, se me olvida que ya no estás. Pero el silencio lo recuerda todo. Me recuerda que no podré escucharte diciéndome con ternura firme: “Cuídate, Josefina.” Me lo repetías tanto… cuando me dolía la cadera, cuando la migraña me dejaba sin fuerzas. Se te entristecía el alma al verme enferma, como si pudieras tomar mi dolor y cargarlo por mí, como si temiera verme partir primero tu.
Nunca me faltó lo que importa. No me refiero a lo material, sino a eso que no se compra ni se enseña en los libros: la certeza de sentirme querida, amada, respaldada, digna. Tu sola presencia me bastaba para no sentirme sola en este mundo.
Hoy, aunque tu cuerpo ya no camine entre nosotros, siento tu voz como un eco sereno en mi alma. Sigo tus pasos sin saberlo, repito tus frases sin querer, y cada vez que la vida me sacude, me sostengo en tu memoria como quien se abraza de una raíz. No me rendiré, porque tú no te rendiste. No me esconderé, porque tú siempre diste la cara. Y cuando el dolor me agobie, recordaré que tú me enseñaste a agradecer incluso en la tristeza.
Gracias, mamá, por haberme dado la vida y por enseñarme a vivirla con coraje. Gracias por tus manos, por tus silencios, por tus noches en vela. Este Día de las Madres no tendré tu abrazo, pero tengo tu herencia de amor. Y eso me sostiene, me guía, me salva.
Donde estés, que el universo entero te abrace por mí. Que las estrellas canten tu nombre. Que el viento te lleve estas palabras.
Hoy miércoles, cuando el Día de las Madres se asoma con su perfume de nostalgia y flores recién cortadas, tu ausencia se vuelve más densa que el aire. Pero aún sin verte, te escucho. Tu voz no viene de lejos, sino que nace desde mi pecho, como un murmullo cálido que me empuja a seguir. Me dices como solías hacerlo cuando todo parecía desmoronarse que no tema, que mire cada obstáculo como una oportunidad hacia mi propia transformación, hacia el bien de mis hijos. Me hablas desde el silencio y me pides que convierta este dolor, este hueco ardiente que dejaste en fuego para forjarme mejor, para tender puentes hacia mis hermanos Ana, Audi, Luis y abrazarlos más fuerte.
Y por eso, en esta víspera de madres, estás tan presente que mis lágrimas me impiden hablarte solo en pasado… porque aún vives en cada gesto de amor que me queda por dar. Fuiste, eres y serás, para mí y para mis hermanos Ana, Audi, Luis, la mejor madre del mundo.